29 de junio de 2018

Venerable y terrible

28.06.2018
CRÓNICAS | EL ESPAÑOL

Helenista, maestro de los mejores e intérprete de los presocráticos, la obra intelectual de Agustín García Calvo ensombrece a cualquier sabio de su tiempo

http://www.editoriallucina.es/articulo/parmenides_94.html

Edición del 'Parménides' de García Calvo / EDITORIAL LUCINA

“A Iris Murdoch, que en The Philosopher’s Pupil ha pintado compasivamente la miseria del filósofo contemporáneo, viejo y malenamorado, se dedica esta renovación de la guerra contra toda filosofía o ciencia de la realidad, y bajo nombre de ella a toda la comunidad de las mujeres y sus hombres”. Esta es la dedicatoria que Agustín García Calvo (1926-2012) escribió en Razón común (1985), su edición crítica, traducción y comentario de los restos del libro de Heráclito.

Las obsesiones de uno a veces acaban tejiendo extraños e iluminadores vínculos, pero esta coincidencia entre Iris Murdoch, de quien hablaba en mi anterior artículo, y Agustín García Calvo, uno de los intérpretes más estimulantes y ambiciosos del pensamiento griego, me dejó en su momento atónito. Por lo que pude averiguar, gracias a la información que amablemente me dieron en Lucina, la editorial que García Calvo fundó y donde publicó y actualizó la práctica totalidad de su obra, Iris Murdoch había sido una de sus novelistas predilectas, una de las “damas inglesas” que, al terminar la jornada, se retiraba a leer tranquilamente y a la que un día se decidió a escribir, manteniendo con ella una correspondencia que ojalá se publique algún día.

Y es que el propio García Calvo podría haber sido un personaje de Murdoch. Clasicista, poeta, dramaturgo, ensayista, traductor de Homero, Lucrecio (su versión y edición de De rerum natura es portentosa), Sófocles o Shakespeare​, en 1965 fue expulsado de la universidad y se exilió en París, donde siguió dando clases en aulas prestadas de la Sorbona o en los bajos de La Boule d’Or. Como Sánchez Ferlosio o Juan Benet, pero de una manera muy distinta, García Calvo fue maestro de los mejores, desde Félix de Azúa, Ferrán Lobo y Fernando Savater hasta Ramón Andrés y Tomás Pollán. Con algunos de sus discípulos mantuvo relaciones difíciles, a menudo por cuestiones políticas, dado el desprecio de García Calvo por toda forma de poder constituido.

Como helenista –e intérprete, sobre todo, de los presocráticos–, su talla es intimidante y ensombrece a la de cualquier otro en España, a la vez que compite con los mejores en el resto de Europa. Me sorprendió, a su muerte, la escasez de necrológicas y elogios que se publicaron, quién sabe si por la tierra quemada que había dejado a su alrededor o porque su círculo más íntimo –como él mismo– trabajaba a espaldas de los habituales medios de difusión cultural. Iris Murdoch podría haberle tomado como modelo del profesor Levsquit, el oscuro helenista que en El libro y la hermandad (1987) se burla del camino que han seguido sus antiguos discípulos.