Me escondo en la catedral detrás de un confesionario a ver si logro
cazar en directo una confesión (me temo que es un sacrilegio: ya lo
pagaré caro) y al rato se acerca por delante un muchacho larguirucho
pelilargo, que se empieza a confesar al cura, así que pongo en marcha mi
grabadora silenciosa, y ahí lo oyen o lo leen ustedes: -Hmm, no sé por dónde empezar. -Empieza por el más gordo, así nos quitamos de encima carga. –El más
gordo, padre, es que… es que estoy enamorado de mi hermana. -¿Qué dices, chaval? Enamorau, enamorau… ¿qué sabrás tú de eso, palomo? -Y usted, señor cura, ¿sí lo sabe? -Yo… por mis estudios, por mis textos… -Pues yo lo sé por mis tex-... -¡Sssch, pazguato! Acuérdate de en qué casa estás. -Perdón, padre: yo quería decírselo por lo fino. Pero es que, de
verdad, que no pienso en otra cosa, que no me la puedo quitar de la
cabeza… encontrándonos a cada paso, a cada vuelta… -Basta, basta. Y ella ¿qué? -Pues ella, padre, el caso es que, con los ojos de borrego que debo de poner, tampoco me lo toma a mal; más bien al revés… -Sanseacabó! ¡Fuera ya con este asunto! Es ley de Dios: eso no puede
ser, y tú no puedes querer más que lo que puedes, y lo demás son
fantasías vanas: ¿entendido? -No del todo, padre. Porque, si… -¡Basta ya, te digo! Pues no nos faltaba más que ceder en esto; y
luego, ya se sabe, quien hace un incesto hace ciento, y todo se nos
venía abajo. -Cálmese, señor cura. Pero dígame: allá en el paraíso Adán y Eva tenían que ser hermanos, ¿no? -Adán y Eva, sinvergüenza, no tenían madre. -Bueno, hermanos de padre por lo menos, y además los hijos, Abel, Caín,
Set, ¿con quién se iban a liar más que con sus hermanos? -¡Cállate, ignorante infame! Sábete que la sociedad humana, el orden del
mundo entero, está fundada en esa prohibición: hasta en las hordas más
salvajes encontrarás que tienen establecidas leyes rigurosas sobre con
cuáles mujeres puede unirse uno, de su parentela o la cercana, y con
cuáles no, y en eso fundan el orden de su tribu: ¿aprendes? -Pero, padre, a usted de corazón, ¿le parece bien que este mundo esté fundado sobre una prohibición? -Yo no soy quién para juzgar al Creador. Y ¡venga, ya!, olvídate de tu
hermana, y, que, si no tienes otras cargas, te dé la absolución, que ya
se me hace tarde. –Olvidarme de ella… -Te la daré sub condicione: que te valga la absolución para cuando la hayas olvidado. -Me huele que va para largo, padre.