10 de abril de 2012

Casos 37: Dinero

3 Abril 12 - - Agustín García Calvo 
 
Es una de mis nietas, la mediana,  Araceli, que estará al cumplir los doce años y que parece que ha salido la más lista o la que más tonto me tiene con sus gracias, que lleva ya no sé cuántos meses que le ha dado por venir cada tarde, con el ordenadorcito que sus padres le compraron, a ejercitarse en el manejo haciendo poesías de ordenador, o sea, cazando palabras de un repertorio de los textos más dispares, y con un ramo de ellas que componer, ni al azar ni con intención, una poesía formal, con su silabeo y metro y  un sentido a veces de lo más extravagante; como hoy, que, ya recogiendo el chisme y los papeles, va y me dice:
–Bueno, Yeyo, que me largo, que he quedado con los de Las Cocheras, ya sabes. –Ya. –Adioses, y un revuelo de besos. –¿Y no quieres una propinilla, como siempre? –Pues no, ya ves. –Y ¿eso? –Pues porque he visto que el dinero no es nada. –¿Qué me dices, Araceli?, ¿que te has vuelto uno de esos que desprecian el dinero y la banca y el ganarse la vida, que quieren otras cosa más de veras? –Venga, Yeyo, no me confundas ahora con esos que saben de la vida y la predican, hasta en manuales del cómo vivir mejor, que se venden mucho: pues no. –¿Pues qué? –Sencillamente que he descubierto que el dinero no es cosa ninguna. –¿Ninguna? Alguno te diría que es todas las cosas, porque con él las puedes tener todas o, bueno, casi todas, ¿no? –Pues por eso, hombre: ¿no te das cuenta de que, para que eso pueda ser todas las cosas, tiene que no ser ninguna? –Ya: que no es nada palpable. –¡Que no es nada!, sin más: dime, a ver, ese billete de veinte que ibas a darme ¿cuánto vale?, ¿qué puede dar de sí? –Pues un bocadillo, una entrada para el cine, infinidad de cosas... –Sí, pero, para eso, ¿no ves que él tiene que no ser nada, oler a nada, saber  a nada? –¿Ni tocarlo? –Ni tocarlo, porque lo que de veras estás tocando son números, y ¿quién palpa los números? –Son cosas que van a ser, que vendrán luego. –Y para eso tienen que no ser ahora nada. –Y entonces, ¿ahora no hay nada? –Habrá algo, maestro, lo habrá; pero, sea lo que sea, dinero, desde luego, no. –¡Cómo me dejas de vacío, Araceli! Ten, toma los veinte: total, pa lo que te doy... –Venga pa acá, trocito de futuro, y déjame que te rasque un poco la barba, que eso a lo mejor es algo, ¿no? –Por lo menos, no vale para otra cosa, ¿verdad?  –O no tan mentira.