INTRODUCCIÓN DE ISABEL ESCUDERO
En memoria viva de Miguel Ángel Velasco
¿Qué se puede decir de Miguel Ángel
que no colabore a certificar su muerte?; algo que no, que no acabamos de
creernos. Todo lo bueno y fiel que se diga acerca de él, (no podría ser
de otra manera), quedaría fatalmente engullido por la idea: ya no está,
ahora no está, y eso se presenta como un saber insoportable.
Entonces ¿con qué voz podría yo nombrarle para no darle alcance, para no cazar su pieza?…Se me ocurre que quizá tenga que recurrir a alguna de sus artimañas escurridizas: él era un maestro en hablar de la muerte venidera y, a la vez, escaparse con gracia de la siempre aquí, de la de ahora; solía partirla en dos y así distraerla a una con la otra. A veces reclamando a la ausente, la lejana, con la retórica propia del enamorado que sabe que su novia nunca acude a la cita; otras veces, como un niño, jugando al escondite con la próxima, la compañera invisible de los días, y desde un miedo valiente gritarle: “¡Aquí estoy. Ea: ven tú a buscarme!”…; y cuando ella llegaba a su escondrijo encontrase sólo un hueco negro y allí clavado el destello de dos ojos azules, grandes, muy abiertos, espejuelos donde la perseguidora se entretuviera a mirarse y hasta celebrarse a sí misma, (¡que así de hermosa sus ojos la pintaban!) y así, la buscadora, del niño se olvidara, mientras él ligero se le volaba a otra parte. Cómo me gustaría, amigo, dar cuenta de ese juego misterioso en el que a ti mismo te jugabas.
Pero de esto dan cuenta tus versos al que tenga oídos y ojos, al que todavía alimente la luz y la alegría, al que tenga la honradez de descubrir su herida y cantar su miedo. Así que tan sólo quisiéramos, Miguel Ángel, en puro agradecimiento a tantos años de tu buen trato y compañía, hablar de algo que no te diera por sabido, algo que no eras tú del todo, que no abarcaba tu nombre propio, y menos aún tu nombre de autor consagrado desde la adolescencia por la Literatura de los Literatos. Así que para no caer nosotros también en la tentación de colgarte medallas que lastren tu despegue, celebraremos aquí tu sabio desengaño: tu no haber sido de este Mundo, el no haber negociado con la Realidad: la del Dinero, la del Trabajo, la de Fama, la del Futuro.
Cantamos tu infeliz felicidad, tu despierta alegría, tu niñez dormida, tu claridad para ver y hacernos ver… Cantamos tu alma de vilano, perfecto y geométrico, a la par tan vulnerable y liviano; la utilidad de tu semilla sin destino, que cae al voleo y que da fruto a cualquiera, un fruto sin amo como sin amo era la semilla, semilla de aire, de aire puro, de ese que te entraba en el pecho para salir hecho canto… ¡Cómo veo ahí en el aire, Miguel, tus finas manos, como plumas de pájaro herido y altanero! Manos bordadoras domando la bravura del verbo sembrado en la nieve de la página. Eso cantamos, eso tan tuyo que nos envuelve y que nunca perderemos….
Entonces ¿con qué voz podría yo nombrarle para no darle alcance, para no cazar su pieza?…Se me ocurre que quizá tenga que recurrir a alguna de sus artimañas escurridizas: él era un maestro en hablar de la muerte venidera y, a la vez, escaparse con gracia de la siempre aquí, de la de ahora; solía partirla en dos y así distraerla a una con la otra. A veces reclamando a la ausente, la lejana, con la retórica propia del enamorado que sabe que su novia nunca acude a la cita; otras veces, como un niño, jugando al escondite con la próxima, la compañera invisible de los días, y desde un miedo valiente gritarle: “¡Aquí estoy. Ea: ven tú a buscarme!”…; y cuando ella llegaba a su escondrijo encontrase sólo un hueco negro y allí clavado el destello de dos ojos azules, grandes, muy abiertos, espejuelos donde la perseguidora se entretuviera a mirarse y hasta celebrarse a sí misma, (¡que así de hermosa sus ojos la pintaban!) y así, la buscadora, del niño se olvidara, mientras él ligero se le volaba a otra parte. Cómo me gustaría, amigo, dar cuenta de ese juego misterioso en el que a ti mismo te jugabas.
Pero de esto dan cuenta tus versos al que tenga oídos y ojos, al que todavía alimente la luz y la alegría, al que tenga la honradez de descubrir su herida y cantar su miedo. Así que tan sólo quisiéramos, Miguel Ángel, en puro agradecimiento a tantos años de tu buen trato y compañía, hablar de algo que no te diera por sabido, algo que no eras tú del todo, que no abarcaba tu nombre propio, y menos aún tu nombre de autor consagrado desde la adolescencia por la Literatura de los Literatos. Así que para no caer nosotros también en la tentación de colgarte medallas que lastren tu despegue, celebraremos aquí tu sabio desengaño: tu no haber sido de este Mundo, el no haber negociado con la Realidad: la del Dinero, la del Trabajo, la de Fama, la del Futuro.
Cantamos tu infeliz felicidad, tu despierta alegría, tu niñez dormida, tu claridad para ver y hacernos ver… Cantamos tu alma de vilano, perfecto y geométrico, a la par tan vulnerable y liviano; la utilidad de tu semilla sin destino, que cae al voleo y que da fruto a cualquiera, un fruto sin amo como sin amo era la semilla, semilla de aire, de aire puro, de ese que te entraba en el pecho para salir hecho canto… ¡Cómo veo ahí en el aire, Miguel, tus finas manos, como plumas de pájaro herido y altanero! Manos bordadoras domando la bravura del verbo sembrado en la nieve de la página. Eso cantamos, eso tan tuyo que nos envuelve y que nunca perderemos….
15 de Diciembre de 2010
CARTA-PRÓLOGO DE AGUSTÍN GARCíA CALVO
Vuelvo a escribirte…
Vuelvo a escribirte, Miguel Ángel,
no porque espere respuesta tuya, porque tú te habrás olvidado de eso
de escribir, y, si me hablas, me hablaras en lengua viva (ya te estoy
oyendo), como me hablan las cosas cada cual a su manera. Y justamente
para eso estoy aquí escribiéndote (que las letras se deshagan en el
aire y así lleguen a entrar a tus oídos), para decirte mi
agradecimiento por lo que nos has dejado escrito, que decía, y sigue
diciendo, cómo sentir el habla de las cosas: ese tino y ese esmero
tuyo, renovado una y otra vez, en el arte de tomar una concha de almeja
estrujada en añicos, unas plumas colgantes de un pájaro aterido, esas
venillas de una hoja de tan amarilla ya casi trasparente, esas motitas
rojizas en la coma de una seta acaso venenosa, esa herida todavía
palpitante en un costado desgarrado por la lanza, esas patitas del
escarabajo volteando boca arriba por el viento…Por si otros te aburren
con literaturas de las que ya no sabes nada, es ese arte y esa
maestría, que eran tuyas, en el trato con las cosas lo que quería
agradecerte.
13 de Noviembre de 2010