8 Octubre 12 - - Agustín García Calvo
-A ver. Y ¿qué queréis hacer conmigo ahora?
-Pues…
-Ya: como no tengo ni fuerzas para escurrirme de vuestros manejos, aprovechar para aseguraros bien de que estoy difunto.
-¡Hombre, Chicho, qué cosas dices! Difunto. Como si pudiera yo hacer contigo nada, cuando ni siquiera sé qué hacer conmigo.
-Pues ya podías ir aprendiendo los elementos, con la cara que se te va poniendo con los años, ¿no?
-Ah. Porque tú sigues contando años.
-No que yo sepa contarlos por mis dedos, pero es que me puede servir todavía un tablerillo que tengo aquí al lado para echar cuentas de esas cosas.
-¿Cuáles?
-Ésas del tiempo. O ¿sigues todavía dándole vueltas a ver cómo te desenredas de sus redes?
-¿Para eso te sirve ese tablerillo?
-Por lo menos, me dice que eso que a mí no me pasa (porque no puede), es a tí a quien le está pasando.
-¿A mí?, venga, Chicho, no quieras ahora tomarme el pelo: ¿a mí que nunca me pasa nada de verdad, ni siquiera lo último ni lo primero?
-Pues será por eso. Y, en cambio, ¿a mí sí? ¿A mí me ha pasado todo lo que tenía que pasarme?
-Tal vez no, ya que sigues aquí dándome la lata y no te dejas…
-¿Qué? ¿desaparecer?, ¿hacerme del todo la purita nada, como dicen los creyentes y los ateos?
-Quiera yo lo que quiera, eso, Chicho, tú sabes que no
-¿Que no qué?
-Eso de la pura nada.
-Ya: a lo mejor, porque tú no puedes ser todos ni todo.
-A lo mejor; pero, entonces, tampoco uno.
-Lo que no puedes, desde luego, es ser yo.
-No, no puedo.
-Pues ¡qué poquito puedes tú, maestro!
-Lo que me dejan los otros.
-¿Lo que ellos no saben?
-Pues eso será.
-Pues eso.
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