16 Octubre 12 - - Agustín García Calvo
Por las arenas de Barcelona ha caído derrengado del embate el Caballero ya de la Triste Figura bajo el bachiller Carrasco, que ha venido del pueblo, en plan de psiquiatra, a sacarlo de su locura y devolverlo a la paz de su vivienda; y, plantándole la punta de la lanza en la celada rota,
–Dáos al fin por vencido, caballero; confesáos vencido del caballero de la Blanca Luna.
–Sea vuestra la ventura, y muera conmigo la verdad.
–Más nos valiera quedar vencidos ambos, reducidos a monigotes, mejor que cuando érades potente a convertir labradoras en princesas.
–¡Alto ahí, caballero o demonio! Y, si no retirades esa palabra, apretad la lanza sobre mi cara y terminad de una vez conmigo. A cualquier otra condición he de rendirme, mas no toquéis a la mujer.
–¡Ah!, el eterno femenino.
–No sé en qué jerga hablades ahora, que os denuncia de leído; pero decid qué es lo que de mí queredes por vuestra victoria.
–Sea pues, y baste: abandonad la profesión y empresa de la Caballería, en la cual harto habedes fecho, y tornáos a vuestro pueblo a descansar en paz.
–Así se hará, pues hechos vencen razones. Y ¿qué interés se os sigue a vos de mi retiro?
–Hasta aquí he venido a curaros de vuestra esplendorosa sinrazón.
–Ah: vos sabedes qué es cordura. ¿No teméis, al me enderezar las mientes, dejarme roto el corazón?
–Sólo sé que vengo aquí, ilustre paisano, a daros la salud. Tomadla, don Quijote,
–La tomo. Y nadie diga que rechazo las buenas intenciones. Mandad aviso a mi buen Sancho, que de mañana emprendemos el retorno.
–Y sin locura ni aventura que os salga al paso.
–Sin ninguna.
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