Admito que durante mis años de estudiante de filosofía, Hegel me parecía un tostón y me costaba comprender lo que quería decir. Aproximarme a la Fenmenología del espíritu o a sus famosas Lecciones sobre Estética me sumía en un profundo estupor.
Tardé bastantes años en hacerme una idea de lo que el filósofo alemán
deseaba transmitir. En honor a la verdad, quizá ni siquiera hoy lo
comprenda cabalmente y tal vez mi impresión está inspirada en él, pero
guarda poca relación con su verdadera teoría.
Como amante del Arte en general sí he percibido algo que está muy
presente en los textos de Hegel y es la progresiva desmaterialización de
la obra de Arte hasta convertirse en concepto, en Filosofía. Esto es,
en idea. No está de más señalar que el “arte conceptual” es una etiqueta claramente acuñada.
Pensemos en cómo ha ido evolucionando el Arte: de las enormes
pirámides a una obra de arte que ni siquiera precisa de expresión
física, material, sino que se basta con su propio “libro de
instrucciones”, su teoría. La dimensión material del arte ha ido
adelgazando hasta en extremo de su virtualidad o conceptualismo.
Aceptamos esta tesis sin demasiados reparos, dado que no parece
afectarnos directamente en nuestra vida cotidiana. Pero pensemos en algo
que suele interesarnos más: el dinero. A pesar de que
seguimos viéndolo como una forma de esa “calderilla” de la que hablaba
el gran Agustín García-Calvo en algunos de sus escritos, como el
maravilloso De Dios, cuando a todas luces (y él lo vio con
rotunda claridad) muy poco tiene que ver con ello. La prueba más
palpable la encontraríamos en caso de que varios millones de ciudadanos
decidieran, de manera simultánea, acercarse a su banco habitual y
pidieran que les fuera entregada la cantidad que tienen allí guardada en
efectivo. Se descubriría que ese capital no es, en realidad, algo
material, parecido a billetes o monedas, sino que se ha convertido en un
flujo constante de números en una pantalla. Esto es, en una idea. Algo
inmaterial que, no obstante, nos mantiene pendientes de ello sin cesar.
Ahora bien, ¿cuál es el punto flaco de una idea? (Adviértase que aquí
reside una de las claves del cambio social que se está aproximando): Una idea puede ser modificada o, sencillamente, olvidada.
Sólo así pierde su fuerza. Sólo así podemos comenzar a pensar en un
mundo diferente. ¿De qué otro modo, si no, se puede vencer a un enemigo
que, en cierto modo, no existe?
Ha llegado la hora de empezar a pensar en estas cuestiones.