11 de noviembre de 2014

Arcaísmo en Olmos 2

Por Luis Ernesto González

Pausados en la alfombra,
era la voz de Amancio,
y todos tan breve y constantemente jóvenes,
tan llenos de insustancia todavía.
O no, mejor, tan semillas sedientas.

Y San Juan y Zambrano,
y Garcías Calvo y Lorca
(y ya cada cual, luego,
cosechadores,
Mestre: pero tú no me escuchas, tú no me escuchas,
tú me habrás olvidado
).

Afuera, medianoche, no, no medianoche…
amanecía, ya casi,
y el café instantáneamente consumido…

No contentos, aún apurábamos un Orlando di Lassus,
Perotin, Gesualdo, Couperin…

Éramos cuántos, qué puñado,
qué puñadito de amigos coincidentes
en el instante trémulo.

El disco de la vida resiste nada más
una vez el paso de la aguja.
(Por fina,
por tan diamantina
aguja que fuera la que mi padre procuraba.)

Más allá, kilómetros distante,
la vida sateluca… nuestro exilio.
Hoy la nostalgia es doble: ya no estar
tumbados en la alfombra voladora
de mi casa infantil y adolescente
y no haber nunca estado
en el tumulto de los otros
que hoy hasta yo considero “mis tiempos”.

Fantasmas de Olmos 2,
que en sueños se actualizan.
Mis muertos y mis vivos.

Y Machado, ¿verdad?
¿Verdad, Antonio?
Tu caballo de cartón.
¿Verdad que es sueño la vida,
…de la Barca?

Mi calle, casa mía, parque del kiosco
luego transformado
en estación de policía.

No hemos sólo perdido,
amigos de mi vida,
una alfombra de efrits.
Perdimos un país
que ya estaba perdido desde entonces.

Sin Olmos 2, sin el kiosco del parque…
y tan rodeados por la policía.

Hemos crecido, amigos.
Somos ya un poco viejos.
Cada cual ha su historia.
Y sí,
hoy duelen los cassettes
y Amancio dice más.