publicado por noticiasdeabajo • 28 diciembre, 2017
Hartas de los
interminables desastres a que ha llevado a la ciudad la política de los
hombres, las mujeres de Atenas, hasta el momento excluidas de toda
participación en los asuntos políticos, deciden tomar las riendas del
gobierno. Mediante una hábilmente tramada conjura, que culmina en un
golpe de Estado incruento, logra hacerse con el poder la Asamblea de las
Mujeres, que acto seguido pone en marcha un programa de reformas
revolucionarias: decretan la colectivización de la tierra y la comunidad
de todos los bienes; todos los ciudadanos y todas las ciudadanas
tendrán iguales derechos; todas las casas estarán abiertas a todos, y a
todos proveerá la comunidad de comida abundante, de ropa y de todo lo útil y
agradable. Eliminada la propiedad privada y, con ella, la penuria,
desaparecerán los delitos de propiedad y los pleitos; los juzgados
quedan reconvertidos en comedores públicos, y los actos de violencia que
acaso todavía ocurran se castigarán eficazmente con la exclusión
temporal de los banquetes comunes. Quedan abolidos el matrimonio y la
familia; hombres y mujeres se juntarán libremente según sus deseos,
dentro de una ley estrictamente igualitaria: los hombres, antes de gozar
a las mujeres jóvenes y hermosas, serán obligados a satisfacer a las
viejas y a las feas, e igual precepto regirá para las mujeres respecto a
los hombres.
El discreto lector
habrá adivinado –si es que no lo sabía– que esa singular revolución
social no pertenece a la historia sino a la fabulación: se trata de la
comedia Ekklesiázousai («Las asambleístas»), que el anciano maestro
Aristófanes puso sobre las tablas en 393/392 a.n.e. Con todo, la burla,
la caricatura, la parodia, debe serlo de alguien o de algo real para ser
eficaz; alguien, en la Atenas de entonces, debió de haber preconizado
unas medidas revolucionarias parecidas, siquiera remotamente, a las que
pone en solfa Aristófanes en su caricatura escénica.
Podemos excluir,
entre los posibles blancos, la célebre utopía de la comunidad de bienes y
de mujeres que traza Platón en su República, tan lejos de los aires
festivos e igualitarios de aquellas revolucionarias de la comedia,
además de ser probablemente cerca de veinte años posterior a la obra de
Aristófanes. Queda pensar en algún oscuro panfletista cuyo nombre y
recuerdo se perdieron (pero lo bastante notorio en su momento como para
que el público entendiera la broma), o acaso más bien en una vaga
aspiración que alentaba entre la gente del pueblo, sin cuajar en texto
escrito ni formulación doctrinaria; o tal vez en una conflación,
deliberadamente grotesca, de temas diversos que agitaban las
conversaciones del día: la igualdad de las mujeres; la democracia
radical; las noticias de remotos pueblos bárbaros que compartían bienes y
amores, acaso ya aprovechadas por algunos sofistas en sus críticas de
las convenciones establecidas; el recuerdo legendario de una lejana edad
de oro de abundancia y
felicidad, que pervivía en los cantos de los poetas; las demandas
populares de igualdad económica y reparto de las tierras…
Luis Andrés Bredlow.
Extraído del libro “Días rebeldes: Crónicas de insumisión”.