Aquí en mi rincón de este vejestorio de café, que se nos van a
desconchar cualquier día las ninfas del friso encima, por algún prodigio
acústico se recogen todas las voces del salón, como ahora con la
entrada de otro, casi igual de viejo, el poeta de los 50 Salvador Gil,
pero que se sienta a la otra punta; que ahora le está saludando Osquítar
el estudiante camarero, y les voy a copiar el diálogo a los lectores:
-Buenas, don Salva. Y ¡feliz… -¡... Seguir leyendo artículo en La Razón