1 de diciembre de 2012

PRIMERAS TINTAS DEL DUELO


Isabel Escudero


 “…cuando siento tan vivo aquí este rastro
de tul piel y tu sudor  y tal me brilla
tu  ojo de azabache como el astro
de la tarde al morir; y , si me humilla
tu muerte, no me roba, no la alhaja
de haber gozado de tu maravilla.
Pues ya ves: te he bordado la mortaja;
y,  mientras yo por el sinfín me pierdo,
ten esta embuesta de dorada paja,
y viva con el mío tu recuerdo.”
Al burro muerto (Endecha)

Agustín García Calvo

Así terminabas aquel canto de amor desesperado a nuestro burro muerto, que un auto nos lo había matado una noche de luna llena allá  por las hermosas lomas de las Navas, donde otrora pastaban libres los onagros antes que la peste de Dios de gasolina y mucha prisa, (para ir no se sabe adónde), extendiera sus redes de asfalto y la administración de muerte invadiera  hasta los más recónditos campos. Quisiste en esa airada endecha que resonara «Lo han matado». «Era bueno, y por eso lo han matado. No era mío, ni suyo tampoco, y por eso era bueno, y por eso ha tenido la Realidad que matármelo». Que no eras tú tampoco amigo de propiedades y autorías. Recuerdo tantas veces, antes de los recitales en que juntos  subíamos a escenarios y plazas a dejarnos decir de viva voz razones y canciones,  que solías advertir al público: «Si algunos de estos versos que vais a oír aciertan a tocaros el corazón, si os hieren de verdad, los buenos, esos no son míos». Que el poeta ha acertado a quitarse de en medio y ha dejado hablar a la lengua, al lenguaje corriente y  así devuelve al pueblo lo que del pueblo tomó prestado.  Como aquel otro asnillo de la fábula que tan juiciosamente nos recordaba que la flauta suena por casualidad, y que acertó de pura casualidad el secreto de la poesía. Que si ella surge,  cualquiera cosa que sea eso de la poesía, es cuando quiera soplar tu resuello de pueblo que es la sola musa que vive en la lengua corriente y moliente.  Porque  el pueblo, cuando le dejan y se deja hablar, respira por la herida  y el acierto de un poema o una copla, una balada o un romance  no es otro que  el descubrimiento de la mentira de la Realidad, algo que hiere en lo más profundo.  Que toca  a la par  el corazón y la razón, sentir en uno  la desgracia común no nos da la felicidad, pero nos abre un grano de honda alegría. Mucha poesía literaria, inocua, de eso te quejabas cumplidamente: «Porque se premia lo que a los oídos/de nadie va a hacerle mal, ni nada bueno/y tan sólo se venden los vendidos».
 Gracias te doy, Agustín, por lo mucho y bueno que nos has dado. Y aunque tú personalmente me faltes y esa flecha se me clava con encono cada mañana al abrir los ojos, a la vez  tú también me das el bálsamo para curar tu ausencia. De tanto y tantos años a tu vera he aprendido de ti la tozudez y las mañas en eso de olvidar lo sabido para dar suelta a lo desconocido, algo que queda de amor sin nombre propio ni ley latiendo por lo bajo de cada uno. Y en ese misterio que no obedece al tiempo cifrado ni a la Historia te reconozco tan libre y rebelde como siempre y hasta dispuesto una vez más —para hacerme sentir más vivamente tu compañía— a enzarzarte de nuevo conmigo en las graciosas disputas que avivaban nuestro tan duradero amor. Porque ¿cómo podría yo demostrar mi amor leal a un insumiso más que siéndole desobediente? Es como si así estuvieras ya respondiendo a mi desconsolada y última pregunta: ¿Pero, maestro, con quién voy yo a pelearme ahora?
Cómo puedo convencerte, amigo,  de que sigues aquí,  que es imposible que no estés. Usaré tus propias artes y razones. Tú hiciste un día herido del más puro amor esta endecha por la pérdida de nuestro burro,  hoy para revivirte repito para ti tu mismo canto: «Yo canto un burro y la muerte en él y por él, y a la vez que me nubla el alma esta sombra de burro que me ha dejado atrás, a la vez una ira me hace clamar que no ha muerto, que lo han matado, que lo ha matado la Realidad»… Pero tú, ¿no nos descubriste que la Realidad no es todo lo que hay,  y que es falsa no sólo porque lo es,  sino porque pretende ser todo lo que hay? «¡Ea pues, rebuzna! ¡razona tú, burro! Razón es tu queja. Y otra vez rebuzna más, más, que te oiga, y el mundo a lo ancho oiga como puja a salir desgarrada por entre los dientes la verdad desnuda!»
Por alguna fisura  has logrado escaparte, has sabido zafarte del mortal silogismo, porque no te atañía a ti  la condena de los Hombres, (que de ellos no decías nada bueno), y ahora, ahora mismo, escucha: ya  vuelvo a oír junto a mí tu limpia voz: «La guerra sigue» y tu «NO» alto y tozudo contra cualquier Poder venga de donde venga, y más si viene de UNO mismo. Y ahí están los amigos y fieles seguidores que cada miércoles puntualmente te aguardan en la tertulia política del Ateneo;  y  los tuyos  con el corazón atento y la puerta de la casa abierta esperando  a la mesa frente  a tu plato vacío por el gusto de verte de nuevo comer con el gusto con que comías; y ahí también  tus muchos y  queridos libros nacidos  de tus entrañas y crecidos de tu empeño contra viento y marea año tras año; y en las plazas florecidas de indignación, mira cómo te reclaman  tantos y tantos muchachos despiertos  que les brillan los ojos de luz de tu desnudo y alegre desengaño. Y mira, Agustín, allí está Bebela en la ventana que da al jardín nevado de las Navas, que de nuevo te grita: «¡Un burro!».

Isabel Escudero, 1 de Diciembre de 2012
Publicado  el 8 de Diciembre en el Diario El Norte de Castilla en el Suplemento Cultural  La sombra del ciprés, en homenaje a Agustín García Calvo