Agustín García Calvo
Me ha tocado estas semanas pasadas enterarme de un gran despliegue de páginas, ondas y pantallas, en torno a los arreglos de la Academia con la ortografía del español. Tanto descaro, que las mayorías (no lo que quede de gente o pueblo) admiran, tragan y se callan, me obliga a volver aquí a soltar cuatro perogrulladas sobre el asunto, ya que no las sueltan otros.
La cultura, que es el poder, ha arrebatado a la gente el don de escribir como se habla
La ortografía del español es casi tan mala como la del inglés o la del francés
La ortografía del español no es mala por esos melindres de si se autoriza o no a escribir el acento de este o solo ni porque a la y se le llame y griega o ye: esta ortografía es mala y detestable porque, por ejemplo, desde que el español oficial perdió el fonema H (que algunos dialectos mantienen hasta casi hoy en uso, cuando dicen "hambre", "hondo" o "ahogar"), los doctos del XVII o ya académicos del XVIII quedaban con las manos libres para jugar con la letra h y mandar que lo que en castellano se venía escribiendo omre o aver se escribiera hombre y haber, en vista de que en latín (como doctos que eran, sabían su poquito de latín) se había escrito homine y habere; o porque, una vez que en castellano se hubo anulado la oposición de fonemas que hacía distinguir en la escritura lo que en la lengua se distinguía, cavar (o, lo que era lo mismo, cauar) y lavor, pero caber y sabor, las letras b y v (cuando en el XVIII acabó de distinguirse de u) quedaban abandonadas a las decisiones de los cultos, que ordenarían escribir boca o hierba, no por nada, sino porque en latín eran bucca o herba, pero vaca y cuervo, porque en latín habían sido uacca y coruo, y los imperfectos de la 1ª, que durante siglos, habían sido en castellano y se habían escrito con ava, cuando ya la distinción de las letras b/v no respondía a nada en la lengua, mandarían que se escribieran con aba, porque así se escribían en latín.
Puede que estas te parezcan un par de inocentes pedanterías de los cultos, pero, ah lector, como la cultura es el poder, han acarreado que la gente, a la que se ha hecho perder el don de escribir como se habla, no sepa a qué atenerse con la h, la b o la v, y deba, para "escribir bien", o sea demostrar su cultura, recurrir a la autoridad, necesite manuales de ortografía y, en el colmo del progreso, el tocho de 800 páginas de Ortografía de la Academia.
Y no digamos (EL PAÍS, 16 de diciembre de 1991, Esplicando trasgresiones de ostáculos subcoscientes) de los casos en que, introduciéndose más y más cultismos en la lengua, la ortografía académica se atenía sin reparo a lo que en la lengua de origen se escribiera, llegando a producir cosas como extraño, obscuro o transporte, que nadie había jamás oído en castellano, pero que, por fuerza de la cultura, algunos locutores concienzudos hasta llegaban a pronunciarlas.
En una palabra: la ortografía del español es mala, y casi tan mala como la del inglés o la del
francés, en el sentido de que es una constante traición a lo que hay de veras en la fonémica y prosodia de la lengua, y costituye así una serie sin fin de tropiezos y de trampas para la gente, que habla así de bien como habla gracias a que no sabe cómo lo hace y que, puesta a escribir, desearía que le dejaran escribir sencillamente como se habla.
Y eso era tan fácil... No tiene usted más que ver cómo, para escribir lenguas que no se habían escrito nunca, se han inventado escrituras decentes, con más o menos acierto, y menos o más intromisión de pedanterías de poca monta, pero que responden a lo que era la vocación de la escritura misma, y de la alfabética en especial, que era reproducir visualmente todos (o al menos los principales) y solos los entes y reglas que en la lengua hubiera; así, para los cientos de lenguas, africanas, amerindias, polinesias, australianas, que desde hace un par de siglos han venido a escribirse por obra de lingüistas, doctos, pero con sentido común de lo que era la función de una escritura; o ahí cerca tienen el caso de la lengua vasca, en sus dialectos o ya unificada, para la que los entendidos honestos han establecido una escritura normal, que no tiene por qué tenderle al lector trampas graves para entrar al menos a la fonémica de la lengua.
Y aun para las lenguas cargadas con una manipulación eclesiástica y cultural como las eslavas o las germánicas, se crearon escrituras (la cirílica para escribir en antiguo búlgaro la Biblia o en gótico la de Ulfilas, o las que se usaron para escribir los cantos nórdicos de la Eda o el Beowulfo en antiguo inglés) que respondían sin duda a las lenguas vivas, y que, por varios avatares, han venido a dar en escrituras de lenguas nacionales, como la del ruso o la del alemán, que, pese a algunas complicaciones engorrosas como la de juntar dos y hasta tres letras para escribir un fonema (al. sch), dan cuenta debidamente, si no de la prosodia, al menos de la fonémica de sus lenguas; y, lo que es más y bien cercano, cuando se hizo precisa para el italiano una "revolución desde arriba" de las escrituras, no fue tan difícil establecer una que, salvo las mismas torpezas o engorros ocasionales, no engaña tampoco mayormente al lector sobre lo que haya de veras en la lengua.
Me queda solo por hoy razonar un poco de por qué es que puedan o deban alcanzar tan gran atención, propaganda y esplendor, las naderías de las reglas de ortografía: es que para el poder, para sus Estados y capitales, es de primera importancia procurar que se confunda la lengua con la escritura (y con la cultura en general), ya que la escritura (lo mismo la tradicional que sus versiones informáticas y digitales) es algo que se puede manejar desde arriba, por leyes y por escuelas, que se compra y se vende y vale dinero y promoción en la sociedad y el régimen, mientras que la lengua es la sola máquina que se le da a cualquiera gratuitamente, que no es de nadie y nadie puede mandar en ella, que tiene sus propias leyes, secretas, en las que autoridad ninguna puede intervenir (como puede en la escritura) y tampoco en los cambios que una lengua realice en sus leyes de vez en cuando, sin que nadie personalmente lo decida, sino una asamblea anónima que bulle ahí por debajo de las almas. Y claro está que una cosa como esta es un peligro constante para el orden, que necesita que eso no exista o, si tal ideal no acaba de cumplirse, que por lo menos se oculte y se confunda con otras cosas manejables, y que no se sepa que la hay y que sigue viva.
Agustín García Calvo
Eso no es nada invisible, como el sentido común o el pueblo-que-no-existe: por el contrario, es bien visible: son unos señores que se creen que pueden mandar en la lengua de la gente como si fuera suya.
Harto triste es ya que tengamos que cargar con una Real Academia de la Lengua Española, por ejemplo, destinada al intento de unificar y determinar lo que es español y lo que no, que, como ve que en la escritura puede mandar y dictar normas, se creen que también puede mandar en la lengua y enseñar a la gente cómo hablar bien en español. Los resultados puede el lector, y aun mero oyente, topárselos por doquiera; unas reglas de ortografía insensatas, que arrastran un lastre de pedanterías desde el siglo XVII hasta el presente, como mandar que se escriba con h ‘hombre’ y los imperfectos en ‘-ba-’con b, porque en latín, nada menos, (no en castellano viejo, cuando h- era un fonema y la oposición ‘b/v’ regía, y así se escribía omre o dava) sabían, los ignorantones de ellos, que en latín se escribía homo o dabat, mientras permite graciosamente la Academia y sin más motivo que algún descuido de viejos cultos consagrado, que escribamos sin h- ‘armonía’ o ‘endecasílabo’. Todas las cuales pejigueras, si se limitaran a la escritura, no serían mayor crimen, pero amenazan con serlo (contra lengua, que no es de nadie, y pueblo, que no es nadie) cuando a partir de ahí, pueden llegar locutores concienciados a obedecer y, en vez de escribir como se habla, hablar como se escribe, soltando cosas como oBstáculos, eXtraños o traNsportes . Y se topan igualmente los lectores con Diccionarios de la Lengua, que intentan esplicarle a la gente, con una culta ignorancia heredada de tres o cuatro siglos o, peor todavía, actualizada, el significado de las palabras, que ya de por sí no puede nunca definirse, pero que, con la inepcia académica, da lugar a una serie de embrollos y de errores que hasta le sonarían al sentido común ridículos, si no fueran los súbditos del poder tan obedientes.
Harto triste y penosa es ya esa carga de sentir cómo la Cultura quiere poner la lengua al servicio de los ideales o necesidades del Estado y el Capital. Pero la cosa se vuelve más triste todavía cuando se encuentra uno encima con feminist@s, o con catalanist@as o galleguist@s, que reproducen la misma inepcia culta y académica, queriendo que la lengua que no es de nadie se ponga al servicio de sus banderas respectivas, y, al hacerlo, demuestran la misma espesa ignorancia de lo que sea lengua o pueblo; que tal vez sea común el no saberlo (la gente habla así de bien como habla gracias a que no sabe a conciencia la gramática de su lengua); pero se vuelve en ellos ignorancia monumental porque creen que sí lo saben.
Sólo por hoy un par de ejemplos. Cuando se empeñan en que al menos todos los españolitos digan , en vez de Lérida, Lleida (que como la mayoría de ellos yeízan, será más bien Yeida) o Girona (con una g- catalana, algo como sy-) o , para no ser menos, Ourense y A Coruña, revelan la insipiencia más elemental en que ni siquiera se dan cuenta de que justamente los Nombres Propios son elementos que no pertenecen a una lengua, de manera que, al poner en ellos su patriotismo lingüístico, destapan lo mal que saben lo que son los mecanismos de su propia lengua; y en su ceguedad, se vuelven así en contra de su propio patriotismo, al no recapacitar siquiera en que eso de que a ciudades se las llamara en el estranjero Londres o Burdeos o Varsovia o Pekín lo que mostraba era el renombre y fama de que gozaban fuera de las fronteras de un Estado y de su idioma oficial.
Asímismo, cuando los feminist@s, se revuelven contra su propia lengua porque, en español, cuando hay en una reunión chicos y chicas haya que decir “todos” y si una familia tiene niñas y niños, se hable en conjunto de sus “niños”, es que se toman a lo sexual la oposición ‘masculino/femenino’, olvidando que cuchillos y cuchillas, ni pozas y pozos, tampoco almendros almendras tienen sexo, y (en inglés no hay tal cosa como Géneros de nombres, pero eso no va a quitarles a los feminist@s de equivocarse también en inglés contra la lengua), lo que hacen con eso es desconocer los mecanismos más elementales de la lengua, como el de las oposiciones privativas, que al tenerse que anular en ciertas situaciones, es el término no-marcado (en este caso el Género Masculino) el que aparece como representante de la oposición anulada ( “son necesarios ollas y pucheros” ); y al echar a la lengua, que no es de nadie, ni sabe nada de sexo ni ordenaciones sociales de uno y otro, la culpa de lo que no le corresponde, están luciendo una confusión desastrosa de la lengua (que no sabe de sexos como no sabe de dinero , siendo la sola cosa humana que se la da a cualquiera gratuitamente) con la Cultura, que ésa sí que es machista, como que el Poder es, desde el principio de la Historia patriarcal y masculino, hasta el punto de que, cuando las mujeres se ponen a ocupar puestos en la escala o cuadros sociales, siendo esos puestos costitutivamente masculinos (presidente, juez, guardia civil, ministro, etc.), no pueden menos de hacer traición a su propio sexo, sometido y sumiso desde el comienzo de estos 10.000 años de Historia más o menos, casi nada al pie de la Lengua, que se hunde más allá de la Prehistoria, y así le echan a la lengua, que no conocen, pero, ¡ay! que se creen que sí, culpas que son de las reglas sociales, de buena y de mala educación, de usos políticamente (in)correctos de la lengua, normas que sí que son con frecuencia machistas o señoriales, como que se establecen y funcionan a nivel cosciente , donde está ordenado que en sitios, al casarse, tomen las mujeres el apellido del marido, o igualmente se prescribe que se les ceda el paso de la puerta a las señoras; todo lo cual no tiene nada que ver con la máquina de la lengua, donde nadie manda más que el pueblo -que-no-existe, el sentido común o subconciencia, y que los señores (o señoras) no sólo no conocen, sino que, al pretender conocerla, no pueden menos de estropearla y hacerla chirriar de esas maneras.
Más les valía a esos malos rebeldes contra Estados o machismos que dirigieran los tiros a donde deben, y dejaran en paz a la lengua, que es el solo sitio donde pueden encontrar algo de común y pueblo sin sexos ni fronteras, que es lo que podría levantarse contra el Poder y desmentir sus falsedades.