8 de noviembre de 2012

CONTRA LA MUERTE. CARTA-PÉSAME EN RECUERDO DE ¿AGUSTÍN GARCÍA CALVO?



“Pero si es tan fácil dejarse morir… tan fácil como dejarse vivir, claro: porque eso de vivir y de morir, en verdad, o sea mientras no se sabe lo que son, son lo mismo, y dejarse morir tan fácil como dejarse vivir, ¿verdad?
En cambio, en realidad (lo sabe usted igual que yo), dejarse vivir no es nada fácil: hay siempre tantas cosas que hacer, asuntos que resolver para asegurar el futuro en que uno va a vivir, que, claro, así no hay quien viva;
y, por lo mismo, así es de duro esto de morirse: porque la muerte real es la futura, siempre futura, y, con ésa encima, ¿cómo se va a dejar llevar uno por esta muerte de verdad, de ahora mismo, que es lo mismo que la vida?”

Una más de tus diabluras parece, Agustín, ésta de ir a dejarnos precisamente el Día de los Muertos, como un guiño que nos haga preguntarnos qué es eso de la muerte de uno, como una mueca burlona que nos mueva a descubrir que no es el mismo ése tú que queda ahí, existiendo para pasto de la Cultura, y ése otro tú huido, que no está ya, pero que sigue vivo en el recuerdo.
Sin haber tenido nunca trato contigo, te nos hiciste muy querido, seguramente por sonar como cualquiera que se deje hablar sin componendas –razón y corazón desmandados– y porque acertaste a herirnos tantas veces con tus ocurrencias.  Pocos hay en que se dé esa feliz unión de habilidades tan diversas, y desacostumbrados son el tino y la ostinación con que las pusiste siempre en marcha.
Y de esta pena de no tenerte ya más enredando por este mundo (aunque no nos cogiera sin aviso, pues te nos venías despidiendo desde hacía mucho), ¿nos vamos a consolar y conformar con la tristeza aburrida de la celebración oficial de esta concha vacía de tu nombre, acomodado ya entre dos fechas en el nicho de la Historia?
Cabe que no: igual que tú mismo a través de letras y canciones encontraste aliento dando voz a algunos muertos muy vivos como Antonio Machado o Miguel de Unamuno, igual que de entre los jirones de escritura hiciste revivir a aquellos Sócrates y Heráclito y Lucrecio y tantos otros, así nosotros seguimos teniéndote a la mano para hacerte sonar una y otra vez…
Y es que lo que así se puede aprender es nada menos que a desaprender lo sabido, a redescubrir nuestro niño perdido para volver a preguntar ante cada cosa: “¿qué es?”, sin cuidado del daño que la pregunta le pueda hacer a las ideas reinantes; aprender a descubrir las mentiras, los sustitutos de la vida, aprender, sin más, a no creer, a dejarse vivir un poco, a ver qué pasa.
Y tú nos enseñaste que la primera mentira es la de la Muerte, la siempre-futura, correlativa del individuo bien costituido con el que se forman masas, para desgracia de lo que nos queda de pueblo por debajo. No en vano tenías tú tantas prevenciones contra la firma personal (últimamente hasta, en los papeles que seguías publicando, ponías tu nombre entre interrogantes), y con razón te resistías a dejar autobiografía ninguna… Y con ello nos ayudas ahora a nosotros a estar en guardia contra las atenciones a tu personita difunta.
Y en fin, Agustín, que te haya sido gloriosa y alegre esa muerte verdadera, y ánimo: te has librado de tragarte las necrológicas y actos oficiales.

P. D.  Si te encuentras por ahí abajo con Chicho, dale también un abrazo de nuestra parte.