El Alambique nº: 6 Nov 2012/abril 2013
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(pág. 26)
- A ver. Y ¿qué queréis hacer conmigo ahora?
- Pues…
- Ya: como no tengo ni fuerzas para escurrirme de vuestros manejos, aprovechar para aseguraros bien de que estoy difunto.
- ¡Hombre, Chicho, qué cosas dices! Difunto. Como si pudiera yo hacer contigo nada, cuando ni siquiera sé qué hacer conmigo.
- Pues ya podías ir aprendiendo los elementos, con la cara que se te va poniendo con los años, ¿no?
- Ah. Porque tú sigues contando años.
- No que yo sepa contarlos por mis dedos, pero es que me puede servir todavía un tablerillo que tengo aquí al lado para echar cuentas de esas cosas.
- ¿Cuáles?
- Ésas del tiempo. O ¿sigues todavía dándole vueltas a ver cómo te desenredas de sus redes?
- ¿Para eso te sirve ese tablerillo?
- Por lo menos, me dice que eso que a mí no me pasa (porque no puede), es a ti a quien le está pasando.
- ¿A mí?, venga, Chicho, no quieras ahora tomarme el pelo: ¿a mí que nunca me pasa nada de verdad, ni siquiera lo último ni lo primero?
- Pues será por eso. Y, en cambio, ¿a mí sí? ¿A mí me ha pasado todo lo que tenía que pasarme?
- Tal vez no, ya que sigues aquí dándome la lata y no te dejas…
- ¿Qué? ¿desaparecer?, ¿hacerme del todo la purita nada, como dicen los creyentes y los ateos?
- Quiera yo lo que quiera, eso, Chicho, tú sabes que no.
- ¿Que no qué?
- Eso de la pura nada.
- Ya: a lo mejor, porque tú no puedes ser todos ni todo.
- A lo mejor; pero, entonces, tampoco uno.
- Lo que no puedes, desde luego, es ser yo.
- No, no puedo.
- Pues ¡qué poquito puedes tú, maestro!
- Lo que me dejan los otros.
- ¿Lo que ellos no saben?
- Pues eso será.
- Pues eso.
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