La figura del filólogo, filósofo y poeta Agustín García Calvo (1926, Zamora) es singular, deslumbrante y controvertida. Para contribuir a su conocimiento el propio autor ha publicado su autobiografía intelectual, Cosas que hace uno (Lucina, 2010). Esta obra, tan sucinta –de unas sesenta páginas– como selecta en los comentarios, es el fruto de una conferencia sobre su trayectoria profesional en la Fundación March. A modo de moraleja, el autor resume su relato como la “muestra de cuantas cosas se pueden hacer con una vida y para qué poco parece ser que valgan” (pág. 1).
La originalidad de García Calvo, que aparece en todas las facetas de su trayectoria, se manifiesta de nuevo en el enfoque que imprime a la narración sobre su vida. La comparación con sus coetáneos reafirma esa impresión. Acudamos para ello a las magistrales y extensas autobiografías del psiquiatra Carlos Castilla del Pino (1922) y del escritor José Manuel Caballero Bonald (1926). Se trata de obras formalmente incomparable, por sus propósitos y el modo en que se han elaborado. No obstante, el
repertorio de textos tiene un gran valor para comprender las aportaciones de personalidades de una generación que han ensanchado campos del conocimiento por separado y la filología y la lingüística, en común. Castilla del Pino escribió Pretérito imperfecto (1997) y Casa del olivo (2004) y Caballero Bonald, Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001).
repertorio de textos tiene un gran valor para comprender las aportaciones de personalidades de una generación que han ensanchado campos del conocimiento por separado y la filología y la lingüística, en común. Castilla del Pino escribió Pretérito imperfecto (1997) y Casa del olivo (2004) y Caballero Bonald, Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001).
García Calvo divide la exposición de Cosas que hace uno en siete apartados, que reseñamos aquí de un modo sintético. En su faceta de autor trata de la poesía y el teatro. Como académico se ocupa de los estudios filológicos, las ediciones críticas y la enseñanza. Y en lo tocante a la acción cívica distingue la política y la filosofía sobre la realidad. Para establecer una correspondencia entre estos ámbitos y sus producciones, cabe señalar que ha publicado poemarios como Canciones y soliloquios, obras teatrales como Féniz o la manceba de su padre y la edición de clásicos como De rerum natura, de Lucrecio. Ha sido dramaturgo, actor y promotor teatral en círculos académicos. Ha pertenecido al círculo lingüístico de Madrid, junto con Rafael Sánchez Ferlosio. Y ha estado presente en la tribuna pública como articulista de prensa generalista.
Se inició en la docencia en la Universidad de Salamanca. Pasó por aulas de secundaria y por las Universidades de Murcia, Sevilla y Madrid. En Sevilla fue sometido a un expediente disciplinario por su sentido crítico, de modo que fue “el último en sufrir un juicio inquisitorial” (pág. 43). Y en 1965, al poco de incorporarse a la cátedra de latín de la Universidad Complutense de Madrid, fue expulsado del cuerpo docente, junto con Tierno Galván y Aranguren, entre otros, por su participación en una protesta. La década siguiente anudó trabajos como preparador de opositores, en academias junto a la Gran Vía madrileña, y luego en plazas de las Universidades de Paris‐Nanterre y Lille. Desde su reposición en 1976, tras la instauración de la democracia, ha impartido cursos en la Complutense hasta su jubilación en 1997.
Su denuncia del negocio de los libros de texto le indujo a crear la editorial Lucina, en la que ha publicado sus obras, como es el caso de esta semblanza autobiográfica. A su vez, su pensamiento político desarrolla una teoría filosófica de la realidad, del capital y el Estado. La capacidad crítica de Agustín García Calvo y su rechazo del uso populista de los medios de comunicación ha limitado mucho su fama e influencia. Ha participado en programas de Radio 3 y en tertulias, como la que inició en el Ateneo madrileño en 1997, al concluir su etapa de profesor emérito. Desde entonces, cada miércoles del año, aglutina en la institución cultural del Ateneo un foro de debate. Y conserva ese mismo espíritu en la obra Cosas que hace uno, pues al final se incluye la trascripción del coloquio con los asistentes.
Una de las preguntas del público se interesaba precisamente por las razones de su escaso reconocimiento social, a lo que contestó que “a mi notable falta de fama y éxito en los cauces culturales he contribuido yo mismo” (pág. 60), en referencia a la elección de la independencia y el rechazo del poder, incluido el de los gramáticos con sus imposiciones sobre la lengua y la escritura. En su elogio de la lengua como patrimonio del pueblo se expresa la unión singular de pensamiento político y lingüística. Pero sus propuestas sobre teoría lingüística y pedagogía de la lengua esperan aún una mejor recepción entre los académicos.
Sus poemas han sido cantados en escenarios de música popular. Ha puesto letra al himno de la Comunidad de Madrid. Ha recibido los premios nacionales de ensayo en 1990, por Hablando de lo que habla; de Literatura Dramática en 1999, por La Baraja del rey don Pedro; y de traducción en 2006, por el conjunto de su obra. También ha sido una figura de culto en sectores progresistas en los años setenta y ochenta. Por ello aparece como personalidad en la biografía sobre Jesús Aguirre –el intelectual y duque de Alba consorte– que ha escrito Manuel Vicent (2011). Relata el escritor que García Calvo predicaba sus discursos en locales de ocio, “con las vestiduras de la revelación, con su bigote de herradura y la melena flamígera” (pág. 221). Un pub, a media tarde, antes de que llegaran los clientes, podía ser el lugar en el que “el héroe iba a hablar del lenguaje como creación de la realidad, del quantum y el tiempo, de lo continuo y lo discontinuo” (pág. 221). Allí se le recibía con un aplauso cerrado, como una celebridad, afirma Manuel Vicent en Aguirre, el magnifico.
Leer a García Calvo produce la curiosa sensación de estar oyéndole, no en vano la obra es una trascripción revisada de su alocución en la sede March. Al leerle se diría que está salmodiando. Es una forma característica de su elocución, que se adapta muy bien a una estructura de cláusulas largas, con un orden arborescente de subordinadas. Cuenta el origen de esa peculiaridad actoral en este pasaje: “En Sevilla o en Nanterre ensayábamos esa técnica de la voz que llamo melopeya, que está entre el habla o simple declamación y el canto, de la que luego he venido haciendo uso constantemente” (pág. 16). Leer las Cosas que hace uno es escuchar la voz del rapsoda, el poeta, el profesor, el lingüista, el filósofo y el pedagogo. Este prontuario sobre la biografía intelectual de Agustín García Calvo es también un brillante manifiesto sobre la poesía, la lengua y la enseñanza.
Xavier Laborda
Universitat de Barcelona
Disponible en: http://www.linred.es/resenas_pdf/LR_resena43_11052011-2.pdf
Linres, L i n g ü í s t i c a e n l a r e d