30 de enero de 2014

Cosas que hace uno, Zamora, Lucina, 2010, 64 págs.



La  figura  del  filólogo,  filósofo  y  poeta  Agustín  García  Calvo  (1926,  Zamora) es singular, deslumbrante  y  controvertida. Para  contribuir a su  conocimiento  el  propio  autor  ha  publicado su autobiografía  intelectual,  Cosas que hace uno  (Lucina, 2010). Esta obra, tan sucinta –de unas sesenta páginas– como selecta en los comentarios, es el fruto de una conferencia  sobre  su  trayectoria  profesional en  la  Fundación  March.  A  modo  de  moraleja, el autor resume su relato como la “muestra de cuantas cosas se  pueden hacer con una vida y para qué poco parece ser que valgan” (pág.  1). 

La originalidad de García Calvo, que aparece en todas las facetas de su  trayectoria,  se  manifiesta  de nuevo  en  el  enfoque  que  imprime  a  la  narración sobre su vida. La comparación con sus coetáneos reafirma esa  impresión. Acudamos para ello a las magistrales y extensas autobiografías  del psiquiatra Carlos Castilla del Pino (1922)  y del escritor José Manuel  Caballero Bonald (1926). Se trata de obras formalmente incomparable, por  sus propósitos y el modo en que se han elaborado. No obstante, el
repertorio de textos tiene un gran valor  para  comprender  las aportaciones de personalidades de una generación que han ensanchado  campos del  conocimiento  por separado  y  la  filología  y  la  lingüística, en común.  Castilla  del  Pino  escribió  Pretérito  imperfecto  (1997)  y  Casa  del  olivo  (2004)  y Caballero  Bonald,  Tiempo  de  guerras  perdidas  (1995)  y  La  costumbre de vivir (2001). 

García Calvo divide la exposición de Cosas que hace uno en siete apartados, que reseñamos aquí de un modo sintético. En su faceta de autor trata de la poesía y el teatro. Como académico se ocupa de los estudios  filológicos, las ediciones críticas y la enseñanza. Y en lo tocante a la acción cívica distingue la política y la  filosofía sobre la realidad. Para establecer una correspondencia entre estos ámbitos y sus producciones, cabe  señalar que ha publicado poemarios como Canciones y soliloquios, obras teatrales como Féniz o la manceba de  su padre y la edición de clásicos como De rerum natura, de Lucrecio. Ha sido dramaturgo, actor y promotor  teatral  en  círculos  académicos. Ha  pertenecido  al  círculo  lingüístico de Madrid,  junto  con Rafael  Sánchez  Ferlosio. Y ha estado presente en la tribuna pública como articulista de prensa generalista. 

Se  inició  en  la  docencia  en  la  Universidad  de  Salamanca.  Pasó  por  aulas  de  secundaria  y  por  las Universidades de Murcia, Sevilla y Madrid. En Sevilla fue sometido a un expediente disciplinario por su sentido  crítico,  de  modo  que  fue  “el  último  en sufrir  un  juicio  inquisitorial”  (pág.  43).  Y  en  1965, al poco  de  incorporarse  a  la  cátedra  de  latín  de  la  Universidad  Complutense  de  Madrid,  fue expulsado  del  cuerpo  docente, junto con Tierno Galván y Aranguren, entre otros, por su participación en una protesta. La década  siguiente anudó trabajos como preparador de opositores, en academias junto a la Gran Vía madrileña, y luego  en plazas de las Universidades de Paris‐Nanterre y Lille. Desde su reposición en 1976, tras la instauración de la  democracia, ha impartido cursos en la Complutense hasta su jubilación en 1997.

Su denuncia del negocio de los libros de texto le indujo a crear la editorial Lucina, en la que ha publicado sus obras, como es el caso de esta semblanza autobiográfica. A su vez, su pensamiento político desarrolla una teoría filosófica de la realidad, del capital y el Estado. La capacidad crítica de Agustín García Calvo y su rechazo  del uso populista de los medios de comunicación ha limitado mucho su fama e influencia. Ha participado en  programas de Radio 3 y en tertulias, como la que inició en el Ateneo madrileño en 1997, al concluir su etapa  de profesor emérito. Desde entonces, cada miércoles del año, aglutina en la institución cultural del Ateneo un  foro de debate. Y  conserva ese mismo espíritu en la obra Cosas que hace uno, pues al final se incluye la  trascripción del coloquio con los asistentes. 

Una de las preguntas del público se interesaba precisamente por las razones de su escaso reconocimiento social, a lo que contestó que “a mi notable falta de fama y éxito en los cauces culturales he contribuido yo mismo” (pág. 60), en referencia a la elección de la independencia y el rechazo del poder, incluido el de los gramáticos con sus imposiciones sobre la lengua y la escritura. En su elogio de la lengua como patrimonio del pueblo se expresa la unión singular de pensamiento político y lingüística. Pero sus propuestas sobre teoría lingüística y pedagogía de la lengua esperan aún una mejor recepción entre los académicos. 

Sus poemas han sido cantados en escenarios de música popular. Ha puesto letra al himno de la Comunidad de Madrid. Ha recibido los premios nacionales de ensayo en 1990, por Hablando de lo que habla; de Literatura  Dramática en 1999, por La Baraja del rey don Pedro; y de traducción en 2006, por el conjunto de su obra.  También ha sido una figura de culto en sectores progresistas en los años setenta y ochenta. Por ello aparece  como personalidad en la biografía sobre Jesús Aguirre –el intelectual y duque de Alba consorte– que ha escrito  Manuel Vicent (2011). Relata el escritor que García Calvo predicaba sus discursos en locales de ocio, “con las  vestiduras de la revelación, con su bigote de herradura y la melena flamígera” (pág. 221). Un pub, a media  tarde, antes de que llegaran los clientes, podía ser el lugar en el que “el héroe iba a hablar del lenguaje como  creación de la realidad, del quantum y el tiempo, de lo continuo y lo discontinuo” (pág. 221). Allí se le recibía  con un aplauso cerrado, como una celebridad, afirma Manuel Vicent en Aguirre, el magnifico

Leer a García Calvo produce la curiosa sensación de estar oyéndole, no en vano la obra es una trascripción revisada de su alocución en la sede March. Al leerle se diría que está salmodiando. Es una forma característica  de su elocución, que se adapta muy bien a una estructura de cláusulas largas, con un orden arborescente de  subordinadas.  Cuenta  el  origen  de  esa  peculiaridad  actoral  en  este  pasaje:  “En Sevilla  o  en  Nanterre  ensayábamos esa técnica de la voz que llamo melopeya, que está entre el habla o simple declamación y el  canto, de la que luego he venido haciendo uso constantemente” (pág. 16). Leer las Cosas que hace uno es  escuchar la voz del rapsoda, el poeta, el profesor, el lingüista, el filósofo y el pedagogo. Este prontuario sobre la biografía intelectual de Agustín García Calvo es también un brillante manifiesto sobre la poesía, la lengua y  la enseñanza. 


Xavier Laborda 
Universitat de Barcelona 

Linres, L i n g ü í s t i c a e n l a r e d